Las estaciones de la vida
Son, las sesiones terapéuticas, como estaciones en el viaje de la vida…, tal vez pausas en el tiempo para realizar pequeñas incursiones por tierras ignotas, un atrevido paseo por los rincones del pensamiento en búsqueda de nuestras emociones ocultas y de nuestros instintos proscritos.
Porque la vida es eso, un viaje con todos sus requisitos, a veces un camino llano bajo un cielo resplandeciente, que nos permite movernos con gran vigor y energía. Pero en otras ocasiones, el cielo oscurece y cada paso se convierte en un arduo y tedioso esfuerzo… Es entonces cuando debemos permitirnos un merecido descanso, apearnos del tren y sentarnos tranquilamente a la orilla del camino para aquietar el cuerpo y silenciar el espíritu… Ese es el milagro de las estaciones. Es ahí donde cobra sentido todo el viaje, pues sólo en ellas podemos observar el trayecto recorrido. Es la gran paradoja: sólo en la quietud se percibe el movimiento.
Sin embargo, ¡qué difícil es bajarnos de ese tren de alta velocidad que nos arrastra! A menudo necesitamos ese dolor insoportable que nos inmoviliza, o ese miedo atroz que nos pierde en el vacío, o ese humo ahogante del complicado engranaje con el que construimos nuestra vida… Y, quizás alguna vez, detrás del delirio extravagante de una noche de verano, intuimos el susurro de un largo silencio que nos embriaga en el sitio preciso y en el momento oportuno… Entonces, el tren se detiene y por fin… nos apeamos. Y, cual regalo exquisito, respiramos el aire fresco de cualquier estación…
Es, la estación, aquella parada en el tiempo que nos permite observar la vida cotidiana; aquel momento de quietud en el que, sin acción alguna, desaparece pasado y futuro; momento aquél donde sólo existe el aquí y ahora, frágil y efímero y, al mismo tiempo, genuino y auténtico.
Es en la estación donde hacemos recuento, de lo que vimos y de lo que nos olvidamos de mirar, de lo que oímos y que no nos paramos a escuchar, de lo que vivimos y que no supimos deleitar.
Es en la estación donde lloramos las pérdidas y donde atendemos las heridas; donde experimentamos los duelos y donde celebramos los festines; donde engendramos las ilusiones y donde construimos los proyectos.
Es en la estación donde ponemos las cartas encima de la mesa y jugamos las partidas. Ahí, sin vencedores ni vencidos, pues al fin nos damos cuenta que la partida siempre se juega con uno mismo.
Es en la estación donde descubrimos que los fracasos del pasado sólo son oportunidades de aprender y donde nos armamos de coraje para asumir el riesgo de fracasar de nuevo, pues al fin y al cabo sólo importa lo que nos permite crecer.
Es en la estación donde nos desprendemos de los lastres que arrastramos, donde cargamos nuestro depósito de combustible y donde rehacemos el equipaje para emprender el siguiente tramo del trayecto.
Sí, la terapia es una estación en nuestro viaje que llenamos con pequeños fragmentos de vida. No precisa de héroes ni de grandes hazañas, sino de personas corrientes con algo de coraje, personas que tengan la valentía de aventurarse al vacío para descubrir su significado más íntimo y encontrar, en algún rincón del universo, un ser llamado Uno Mismo que merece seguir viviendo…
Después…, cada cual deberá seguir su propio camino. Tal vez, con la complicidad de un nuevo amigo.
Montse