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Nuestro Médico Interior

Desde el año 1948, la Organización Mundial de la Salud (OMS) mantiene en vigor la siguiente definición de Salud:  

“La salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social y no sólo la ausencia de enfermedades.”  

Sin embargo, la medicina ortodoxa que se aplica en el mundo occidental está sujeta a la ciencia y a los avances técnicos, importantes y necesarios, sin duda, pero han conducido a los profesionales a tal extremo de especialización que los mismos médicos acaban tratando estómagos, bronquios, huesos fracturados y microbios en lugar de tratar al paciente, a la persona en su globalidad. Así, los profesionales de la salud dedicamos nuestros esfuerzos a combatir las enfermedades o, al menos, a paliar sus síntomas... y, los pacientes, se suelen mantener en una actitud pasiva a la espera que la ciencia les solucione el problema. Sin embargo, los síntomas sólo son los últimos efectos de todo un largo proceso cuyo desencadenante a menudo ignoramos. La ciencia, con mucha suerte, puede alcanzar a conocer el proceso de la enfermedad, pero muchas veces, sólo nosotros mismos tenemos la capacidad de conocer e incidir sobre las causas, que alcanzan mucho más allá de nuestro cuerpo físico. 

El objetivo del presente artículo es añadir a la estructura sanitaria de nuestra sociedad una nueva figura capaz de prevenir el desarrollo de la enfermedad y de colaborar activamente en la sanación de la misma en el caso de que haya llegado a instaurarse en nuestro organismo: el Médico Interior, ya conocido en las medicinas de todos los tiempos. La voz de nuestro Médico Interior no pretende sustituir a los Médicos de nuestro Sistema de Salud, sino aportar una mirada ampliada a lo que ya es conocido. 

Lo que se expone a continuación no sólo es fruto de mi experiencia en la medicina y la psicología, sino que existe una sólida base que han investigado y desarrollado acreditados profesionales. Quisiera nombrar, especialmente, a la Dra. Adriana Schnake (“La voz del síntoma”), el Dr. John Eaton (“El método Reverse Therapy”), el Dr. Jorge Carvajal (“Por los caminos de la Bioenergética”), el Dr. Rüdiger Dahlke (“La enfermedad como camino”, “El mensaje curativo del alma” y el Dr. Mario Alonso Puig, entre otros. 

El método de trabajo disponible para nuestro Médico Interior es la escucha de la consciencia del cuerpo

La consciencia del cuerpo se comunica a diario con nosotros a través de las emociones y los sentimientos. Si no atendemos a sus mensajes, se produce un desajuste entre la realidad del entorno y nuestras necesidades personales. Entonces, el cuerpo debe buscar otras maneras más efectivas de llevar a nuestra consciencia el posible problema y lo hace a través de los síntomas. El malestar aparece cuando hemos dejado de estar bien con nosotros mismos. 

Habitualmente, es la Mente Racional lo que se interpone en esa comunicación. ¿Cómo actúa la mente? Pues interrumpe las emociones para hacer lo que creemos que toca hacer; nos insensibiliza a las emociones fuertes para que no duelan tanto, cual forma de anestesia; disculpa y justifica, sobretodo, justifica. 

En realidad, la razón no nos pertenece al completo, sino que ha sido moldeada por la sociedad y la cultura en la que hemos nacido. De esta forma, a menudo inhibimos nuestras necesidades y deseos a razón de autoimposiciones o normas establecidas, los “Tengo que” y “Deberías”: “Debo tener éxito”, “Tengo que complacer a los demás para que no me rechacen”, “No puedo ser débil”, “No debo enfadarme”, “Tengo que ayudar a los demás”, “Tengo que hacerlo todo bien”… La mente intenta bloquear nuestras emociones tildándolas de “malas”, “egoístas” o “imposibles”. Y así, soportamos abusos, aceptamos cargas injustas y tragamos lo indigerible, para evitar el sentimiento de culpabilidad. Son esas demandas que nos impone el entorno las que nos hacen negar o excusar nuestras propias emociones.

La mejor o peor gestión de nuestras emociones y los dictados de nuestra mente están condicionados por nuestra personalidad biológica o carácter. El carácter no es más que nuestra estructura defensiva que aprendemos de niños (entre los 0 y 7 años) y que queda automatizada en nuestra conducta y forma de funcionar. Es como una máscara que esconde la esencia de la persona que en realidad somos. 

Consideramos la emoción como una unidad de energía. Esa energía puede seguir varios caminos: explosionar (agresión física, estallido de ira, de llanto, gritos…); contenerse y almacenarse en el interior de la persona; o bien, canalizarse de forma constructiva. Evidentemente, explosionar libera esa energía, aunque puede tener consecuencias dañinas. Sin embargo, son las emociones contenidas las que, habitualmente, inducen a nuestro cuerpo a gritar más fuerte. Y el cuerpo grita a través de los síntomas. 

El mecanismo por el cual las emociones mal gestionadas desencadenan síntomas que, si no se atienden, pueden derivar a una enfermedad orgánica, se explica a través de la fisiología de nuestro cuerpo de la siguiente forma: 

Ante un estímulo nocivo que puede ser externo (un pinchazo, una quemadura…) o interno (el miedo, la rabia, la frustración, el rencor, el remordimiento…), se produce la reacción del Sistema Nervioso Vegetativo que, a través de la secreción de neurotransmisores, envía la señal a la médula espinal por donde se transmite hasta nuestro Sistema Nervioso Central. Por la via espinotalámica llega a la corteza cerebral (donde tomamos consciencia de lo que ocurre) y, por la via espinoreticular, llega al Sistema Límbico (o cerebro emocional).  

El Sistema límbico tiene la función de almacenar memoria celular de lo ocurrido en las células de la amígdala y del hipocampo. Por otra parte, el hipotálamo estimula la hipófisis (glándula endocrina que regula la mayoría de glándulas del cuerpo), entre otras, las glándulas suprarrenales para que liberen Corticosteroides. A este proceso se le llama la activación del Eje Hipotálamo-hipófiso-suprarrenal. 

Los Corticosteroides tienen efecto sobre multitud de procesos y reacciones en nuestro cuerpo. En el caso descrito, son funciones encaminadas a preparar nuestro organismo para reaccionar al estímulo inicial, es decir, para protegernos ante lo que pueda resultar nocivo. Sin embargo, si no actuamos ante el estímulo que desencadena esas reacciones en cascada, los Corticosteroides persisten en sangre con niveles elevados y llegan a producir acciones celulares que debilitan nuestro Sistema Inmunitario. En este momento, cualquier enfermedad que potencialmente tengamos determinada en nuestra genética, puede manifestarse. Asimismo, nuestra sensibilidad a los agentes externos (por ejemplo, virus y bacterias) queda aumentada. Por otra parte, con el tiempo van a agotarse nuestras reservas neuroendocrinas y el cuerpo dejará de responder a las demandas del entorno, lo cual se puede manifestar con dolor muscular y fatiga intensa. 

Muchas veces, detrás de una enfermedad existe un trauma emocional o experiencia difícil del pasado que quedó almacenada en el cerebro emocional (Hipocampo) en forma de memoria química. Al vivir una experiencia similar o que nos la recuerde, esa memoria química se activa y se envían mensajes neuroquímicos al resto del cuerpo para informar cómo responder a la situación. Aparecen los síntomas como señal de alarma. En otras ocasiones, el desencadenante no es un trauma emocional concreto, sino unas actitudes desarrolladas durante nuestra vida para cubrir todas las demandas del entorno y no frustrar las expectativas ajenas. Esto supone un gran esfuerzo y, lo más grave, el olvido de las propias necesidades. 

El síntoma no es un enemigo al que hay que combatir. Y, aun sin perjuicio de cualquier medicamento que pueda aliviarnos y que debe ser bienvenido, es más apropiado considerar al síntoma como un aliado que funciona como el mensajero que nos trae la información de lo que no está funcionando bien en nuestra vida y que hemos desatendido. Todos los síntomas tienen un significado y un propósito, y la mejora empieza cuando lo descubrimos. A menudo, lo que hacen las enfermedades es detener un quehacer, muchas veces compulsivo y frenético, obligando a la persona a parar. La enfermedad no tiene sólo un “por qué” sino un “para qué”.

 Para buscar las causas hay que aprender a descifrar los mensajes que nos comunican los síntomas y actuar acorde con ellos para eliminar la necesidad del cuerpo de producirlos. Preguntemos, pues, a nuestro dolor, o a nuestras náuseas, o a nuestra tos… “¿Qué quieres decirme? ¿Qué herida de mi pasado sigue abierta? ¿Qué estoy tragando que no puedo digerir? ¿Qué necesito y no atiendo?...”. Es importante poner atención a las vivencias existentes cuando se empezó a manifestar la enfermedad y a las vivencias presentes cuando empeoran los síntomas. ¿Qué está ocurriendo? 

La consciencia del cuerpo capta las amenazas antes que seamos conscientes de ellas y utiliza el hipotálamo para dar la señal de alarma. Los síntomas aparecen para indicar que hay que hacer algo para gestionar dichas situaciones. Si conseguimos entender el problema y nos damos cuenta que ahora ya tenemos otros recursos para superar la dificultad, la inteligencia corporal detecta que el conflicto ya ha desaparecido, la memoria química se desactiva y los síntomas desaparecen.

Es aconsejable utilizar un diario para registrar los síntomas y las situaciones asociadas a ellos. Asimismo, hay que registrar las acciones que uno emprende para enfrentarse a ellas. Hay cargas que nos pertenecen, pero sin duda llevamos otras que no nos corresponden y que hemos adoptado como una rutina diaria. 

El camino propuesto no resulta fácil. Incluso si conseguimos oír la voz del cuerpo, a menudo su mensaje nos incita a cambiar algunos aspectos de nuestra vida y nos sitúa en una zona de incomodidad. Por otra parte, cuando nos damos cuenta que los recursos que veníamos utilizando hasta el momento ya no nos sirven, nos sentimos extremamente vulnerables. 

Los Médicos pueden ayudarnos a paliar los síntomas, y los Psicoterapeutas pueden acompañarnos en esta investigación (como una muleta durante un periodo de tiempo), para mostrarnos la realidad desde una mirada imparcial y, sobretodo, para ayudarnos a descubrir recursos nuevos que ya están en nuestro interior, pero que quizá no están debidamente desarrollados.  

Sin embargo, somos nosotros como pacientes quienes debemos responsabilizarnos de nuestra salud y asumir un papel activo en nuestra curación. Los profesionales de la salud van a guiarnos y a acompañarnos, a sostenernos en las caídas y a poner a nuestro alcance todos los medios disponibles para que podamos integrar nuestra dimensión física, emocional, mental y social.  

En todos los casos, deberemos estar dispuestos a realizar un gran esfuerzo de autoconocimiento para llevar a la consciencia todas aquellas partes de nosotros mismos que han permanecido en la oscuridad. Primero será necesario vernos, luego reconocernos y después aceptarnos. Será necesario localizar nuestras heridas y permitirnos hurgar en ellas hasta que cicatricen; será necesario revisar el contenido de nuestras mochilas hasta conseguir desprendernos de los lastres ajenos que vamos arrastrando; será necesario cuestionarnos nuestras creencias mentales; será necesario dar expresión a nuestras emociones; será imprescindible reconocer y hacernos cargo de nuestras propias necesidades y, luego, y sin excusa posible, actuar en consecuencia. Sólo desde una consciencia plena podemos obtener la libertad necesaria para decidir los próximos pasos de nuestro camino. Y aun sabiendo que tampoco ser libre es fácil y que implica asumir la responsabilidad de nuestra propia vida, insto tanto a terapeutas como a pacientes a buscar el coraje para afrontar ese reto.

Dra. Montse Jordà Cotonat

 “La última de las libertades humanas: Elegir nuestra propia actitud ante un determinado entorno y circunstancias, elegir nuestro propio camino.”

Victor Frankl

 

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